Encabezo este artículo con la fotografía de la persona que me impulsó a comenzar el trabajo de este blog. En algún lugar seguro que el bueno de "Cebri" puede que ande encantado y feliz como una lombriz. No lo tengo muy claro, pero quién sabe.
Tanto pensar en mi época de fiel oyente de la radio nocturna me ha puesto un poco melancólico, así que os voy a contar una batalla de abuelete. Si no os gusta mi literatura, o si resulta que ya os he contado esta anécdota en algún otro artículo antiguo, os podéis saltar los siguientes ocho párrafos, porque al final incluiré algún que otro consejo práctico que no menciono en el vídeo.
Recuerdo la primera vez que pisé un estudio de radio. En aquella época trabajaba en una asociación orientada al apoyo de los refugiados (hay que ver qué de moda se han puesto últimamente, y hay que ver la vergüenza que me dan las políticas europeas, pero bueno, ese es otro asunto), y una de las tareas era la de difundir la noción de interculturalidad entre la sociedad. La tarea en si, aunque noble desde mi punto de vista ideológico, no deja de ser un tanto fútil, habida cuenta de que, según mi experiencia, cuando uno ya tiene una idea preconcebida, nada de lo que le puedas decir le va a cambiar su opinión: las tragedias hay que vivirlas para entenderlas, y el ponerse en la piel del otro es un ejercicio que la mayoría de las veces se hace solo a medias, por comodidad y por miedo.
Total , que uno es "echao pa'lante", y un buen día recibió la oferta de crear un programa de radio, en la emisora municipal. Y claro, como me molaban los micrófonos ya desde pequeñito, acepté el ofrecimiento sin dudarlo. Pues bien, allí me encontraba, en el estudio de radio. Había fantaseado muchas veces con ese momento. Por cuestiones de la vida he orientado mi carrera profesional al mundo de la docencia, pero mi corazoncito siempre ha tenido dentro un pequeño locutor de radio. Así que os podéis imaginar cómo estaba aquella tarde... además, para completar el cuadro, la emisora estaba en un rincón idílico de la ciudad: en la ladera del monte Naranco, en medio de un parque de esos que no son tanto parque como bosque "civilizado", y en un caserón imponente, solitario y con unas vistas espectaculares. Bueno, todo lo espectaculares que pueden ser unas vistas a la buena de Vetusta. y sí, ese es otro asunto también. Continúo.
Estaba echo un flan. Había estado preparando el dichoso programa durante más de un mes. Me lo sabía prácticamente de memoria. Había escrito el guión completo, palabra por palabra. Había dividido el programa en secciones, seleccionado los audios, elegido cuidadosamente los temas a tratar, e incluso diseñado la temática de las siguientes emisiones, para darle una continuidad al programa. Había preparado hasta los saludos y despedidas, que, según había imaginado, se convertirían en lemas de un programa, que, según había imaginado también, terminaría por convertirse en una referencia de las ondas y blablabla.
El caso es que ahí estaba, en el estudio, y se me presentó el técnico de sonido. Un tipo risueño y hablador que, tras un breve saludo, me preguntó si había preparado el programa, y si tenía experiencia en radio. Podría haber solucionado esas cuestiones con dos monosílabos, "sí" y "no", respectivamente; pero en lugar de eso le di al locutor la oportunidad de devolverme una sonrisa paternalista cuando le dije que "bueno, había escuchado mucha radio".
De esa guisa, y tras unas breves pero muy claras explicaciones técnicas (arrima la boca al micro, señala cuando quieras que ponga música, o que suba o baje el volumen, la luz verde es que está el micro apagado y la luz roja es que estás en el aire, y esas cosas) comenzó la grabación del programa. Y digo bien: grabación. No era un programa en directo; iba a ser una grabación enlatada que se emitiría en su momento, y se grababa en los ratos libres del técnico de radio, ya sabéis, estilo español: en horas fuera de trabajo y sin cobrarlas, faltaría más. Me puse manos a la obra. Haciendo mi sueño realidad, moví mi mano con la sensación que seguramente tendrá un director de orquesta cuando, con un leve gesto de batuta, puede hacer tronar una sección de viento en un teatro abarrotado. Terminó la música de introducción, y comencé a leer.
Fue un puñetero desastre. La lectura no se me da mal del todo, pero el caso es que me sentía torpe, sin alma. Quería contar una historia sobre gente que se tiene que largar de su país con lo puesto, con un enemigo mortal pisándole los talones, abandonándolo todo, casa, familia, pasado, presente, futuro... y que se encamina a un lugar donde además nadie les quiere, donde van a ser odiados porque sí, porque según los que les odian son malos, o sobran, o no podemos atenderles y por lo tanto hay que echarles y que se fastidien. De eso quería hablar, y quería transmitir el mismo desgarro que sentía yo cuando trabajaba codo con codo con aquellos a quienes considero auténticos héroes. ¿Y qué estaba grabando? Un balbuceo torpe, bien vocalizado, eso sí, pero sin espíritu, frío, muerto. Tras unos párrafos pedí repetir la grabación. y tras el segundo intento, volví a tener la misma sensación, y volví a detenerme. El técnico (no sé si os habéis dado cuenta, pero no cito su nombre, el caso es que no recuerdo si era Fran o Iván), estoy seguro, estaba ciscándose en todos mis muertos a aquellas alturas. Era viernes, anochecía, y el hacía horas que había terminado su jornada, y querría irse a su casa, como cualquier currito, a tratar de recuperarse de toda la semana. Y ahí tenía, al otro lado del cristal, a aquel inútil que no había vistro un micrófono en su vida, fingiendo que sabía lo que hacía.
Aquella aberración radiofónica termino al cuarto o quinto intento. El técnico dio por concluida la sesión y, más amablemente de lo que me merecía, me indicó que habría que continuar mañana, que aquello era normal y que no me preocupara, que al segundo intento iría mejor. Tardé unos segundos en darme cuenta de lo que aquello significaba. Si íbamos a continuar al día siguiente, y el programa se emitía al día siguiente... ¿A qué hora íbamos a grabar? La respuesta que obtuve fue la evidente: no íbamos a grabar. Se emitiría en directo.
El resto de la historia, es eso, historia. El programa se emitió durante más o menos un año, lo que duró el acuerdo de cesión de instalaciones con el ayuntamiento. Y si os preguntáis qué tal fue la experiencia del directo... la respuesta es que creo que esa mañana fue una de las más emocionantes de mi vida. Y sí, fue una emisión pseudo-improvisada, sin leer papeles más que cuando era estrictamente necesario. Se aprende a base de experiencia, y cuando más se aprende es cuando metes la pata más profundamente. Desde entonces comprendí que la radio es bastante parecida a las clases: hagas lo que hagas, la diferencia entre una buena sesión (de radio o de clases, da lo mismo) y una mala sesión es lo preparado que tengas el tema, y tu propia actitud.
Termino aquí la anécdota. Y para concluir el artículo, os dejo algún consejillo extra:
- Cuidaos la voz. Procurad no fumar antes de la grabación, y acompañaos de agua fresquita todo el tiempo. Vuestras cuerdas vocales os lo agradecerán.
- Recordad que hablar por un micrófono es muy parecido a hablar en público. Notaréis la misma sensación de ligera angustia y miedo al ridículo. Son cosas de nuestra psicología, ignorad esa sensación y concentraos en contar vuestra historia.
- Cread vuestro propio lenguaje. Imaginad una forma de presentar y despedir vuestro podcast/screencast que sea única y reconocible, o usad una expresión original que podáis emplear de vez en cuando.
- Aprovechad vuestras virtudes y vuestros defectos. Lo primero se explica por si solo: si tenéis una voz bonita, genial. Lo segundo es menos intuitivo, pero también es cierto: si vuestra pronunciación es particular, no intentéis ocultarla. Si vuestro acento o vuestra forma de hablar es especial, o diferente, sentíos orgullosos de ello y haced de vuestra forma de expresaros vuestra firma auditiva. Esto no quiere decir que no tengáis que tratar de corregir algunas cosas que sean objetivamente no deseables, como las muletillas.
- Disfrutad de lo que estáis haciendo, es lo más importante. Hacer un tutorial o un podcast es algo divertido.
- Lo más importante de todo: tomaros esto tan en serio que podáis llegar a tomároslo en broma. Suena raro, pero si continuáis grabando durante un tiempo terminaréis por entenderme.
Fuerza y honor.
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