Con todo, vivo en el capitalismo y no soy un antisistema pesado que vive de ocupa y que huele a perro. Que sea critico con el sistema no me invalida para vivir en él, de igual manera que asevero que vivir en un apartamento en comparación con una casa es una mierda, pero como no tengo otra alternativa, vivo en un piso.
O, en un símil lúdico, para aquellos que alguna vez habéis jugado al futbolin. Si se pacta el que la linea de delanteros pueda jugar parando la bola yo tendré que jugar así, me adaptaré e intentaré ganar, lo que no quita que critique ese sistema de juego por parecerme injusto, desequilibrado y azaroso.
En definitiva, si bien opino que hay sistemas mejores, lo incuestionable es que vivimos en el sistema que vivimos y si queremos "sobrevivir" tenemos que adaptarnos al mismo. Lo que implica aprender una cosa que no enseñan en ningún tipo de escuela.
Estoy hablando de aprender a ser un buen consumidor. Y ya no digo ser un buen consumidor en el sentido de ser ecológico, ahorrador y aprender a comprar lo que necesitas y rechazar lo que no. Si no ser un buen consumidor implica también aprender a desconfiar.
El ojo que todo lo vende. Fuente: Fondosgratis.mx |
Existe, de hecho, una gran maquinaria industrial con objetivo claro, esclavizarnos y engañarnos para que compremos aquello que les interese vender. Obviamente, estoy hablando de la "industria" del Marketing y la Publicidad.
Y como en el caso de la gran estafa del tocomocho, la más hábil de las armas es hacer creer al estafado que es él el estafador. O, al menos, hacer creer al comprador que va a engañar a la tienda consiguiendo cosas a un precio reducido o incluso gratis.
Por eso, una de las tácticas favoritas para atraer en la compra es la creación de descuentos. Descuentos que, en realidad, son insignificantes si los comparamos con el gasto que tendremos que hacer para conseguirlos y que, de descontarlos directamente en el precio de los productos, no supondrían un cambio perceptible.
Aún así, con una avaricia propia de un usurero veneciano, hay veces que este tipo de ofertas se les escapan de las manos, ofreciendo cosas que alcanzan el punto de ofensivas para aquellos que tengan las ganas de buscar ofensas en todos los sitios (tal es mi caso).
Un descuento de un euro en un restaurante de comida rápida por haber gastado más de 200 euros en un hipermercado... ¡Anda y que se lo coman enterito!
Y como en el caso de la gran estafa del tocomocho, la más hábil de las armas es hacer creer al estafado que es él el estafador. O, al menos, hacer creer al comprador que va a engañar a la tienda consiguiendo cosas a un precio reducido o incluso gratis.
Por eso, una de las tácticas favoritas para atraer en la compra es la creación de descuentos. Descuentos que, en realidad, son insignificantes si los comparamos con el gasto que tendremos que hacer para conseguirlos y que, de descontarlos directamente en el precio de los productos, no supondrían un cambio perceptible.
Aún así, con una avaricia propia de un usurero veneciano, hay veces que este tipo de ofertas se les escapan de las manos, ofreciendo cosas que alcanzan el punto de ofensivas para aquellos que tengan las ganas de buscar ofensas en todos los sitios (tal es mi caso).
Un descuento de un euro en un restaurante de comida rápida por haber gastado más de 200 euros en un hipermercado... ¡Anda y que se lo coman enterito!